Comentario
En el Báltico, las guerras entre los diferentes Estados ribereños por el dominio militar y económico de la zona serán permanentes durante todo el siglo. Dinamarca, Suecia y Polonia desearán imponerse sobre las otras, sin olvidar los intereses económicos de las Provincias Unidas, cuyos comerciantes dominaban los intercambios marítimos, e Inglaterra, bien establecida en la red comercial rusa. Por último, las disputas entre católicos y protestantes, generales al Continente, resultarán inseparables de las rivalidades económicas y militares.
Dinamarca seguía siendo una potencia destacada en el norte de Europa, debido a sus grandes ingresos, provenientes fundamentalmente del control ejercido sobre los pasos del Sund. Además, consiguió mejorar las condiciones de su comercio, aprovechándose de la decadencia irreversible de la Hansa, a la que privó de sus privilegios en el Reino en 1622. El pequeño puerto de Glückstadt, en la desembocadura del Elba, se convirtió en escala obligatoria para todas las naves que fondeasen en el país.
Sin embargo, le surgirá un competidor imparable en Suecia. La disolución por la Dieta sueca, en 1600, de la unión sueco-polaca bajo la dinastía Vasa pareció desvanecer el sueño de una gran potencia hegemónica en el norte de Europa. Sin embargo, significó en realidad el comienzo del ascenso de Suecia, decidida a minar el predominio de Dinamarca y su control sobre los estrechos del Sund. La fundación de Göteborg, en 1607, en la pequeña franja de costa que por entonces poseía en el Mar del Norte, le permitió acceder directamente al comercio internacional. Una nueva guerra, en 1607-1613, terminará con el enésimo reconocimiento a Dinamarca del derecho a controlar los estrechos; sin embargo, la posición de Suecia como nueva potencia se irá afirmando en los años siguientes. Desde el advenimiento de Gustavo Adolfo (1611-1632), la consolidación del país fue un hecho, como consecuencia de la colaboración de la nobleza, conseguida a cambio del reconocimiento de la función decisiva del Senado y la Dieta para la declaración de paz o guerra y de otras importantes concesiones, que aumentaron su poder económico y su dominio sobre el campesinado, caído en un régimen casi de servidumbre. A partir de entonces, Suecia se convertirá durante un siglo en la potencia más destacada del Báltico. La paz de Stolbova (1617) con Rusia fue un éxito al serle confirmada la posesión de Ingria y Carelia, que daban continuidad a sus territorios desde Estonia a Finlandia.
Tras haber eliminado a los rusos del Báltico, la política expansiva se realizó sobre territorio polaco-lituano. Tras la toma de Riga (1622), ocupó Curlandia y Livonia. La paz de Altmark (1629) le concedió la posesión de Livonia, los puertos de Memel, Pillau y Elbing y los derechos aduaneros de Danzig. El dominio sueco sobre el Báltico oriental fue evidente desde entonces. El deseo de ampliarlo al occidental supuso la implicación en los problemas internos del Imperio.
Mientras Suecia afirmaba su posición, el Imperio ruso perdía las posiciones conseguidas en el siglo anterior y desaparecía como actuante en el escenario báltico durante un siglo, a causa de los graves problemas internos que se sucedieron a la muerte de Iván IV. Tras él, se inicia un período de inestabilidad, llamado "de las perturbaciones". Los sucesivos destronamientos de zares, las facciones enfrentadas de una nobleza siempre levantisca, el descontento de siervos y campesinos son ocasión propicia para la intervención de Polonia y Suecia, siempre atentas a cualquier circunstancia que pudiese favorecer sus posiciones. Miguel Romanov, nombrado zar por la Asamblea Nacional en 1613, logró pacificar el interior y expulsar a los invasores, pero no será sin concesiones. A la entrega a Suecia de Ingria y Carelia en 1617 sigue la de Smolensk y Chernigov a Polonia en el Tratado de Deulino en 1618. Posteriormente, Miguel I renunció a la expansión báltica en el Tratado de Viasma de 1634. Hasta comienzos del siglo XVIII, Rusia no volverá a intentarlo.